El término infiel o el concepto de infidelidad normalmente se atan a la relación de pareja, pero la virtud de la fidelidad abarca mucho más que la pareja.
En otras ocasiones he expresado que cuando una persona es infiel a su pareja, no ha sido fiel a su familia, a sus principios, a sus valores, a su fe, a la Iglesia y a él o ella misma.
En su libro «Las 54 virtudes atacadas», la escritora Marta Arrechea Harriet de Olivero señala que la virtud de la fidelidad en general “no es otra cosa que la lealtad, la cumplida adhesión, la observancia exacta de la fe que uno le debe al otro”. Es la virtud que “inclina a la voluntad a cumplir exactamente lo que prometió, conformando de este modo las palabras a los hechos”.
Es mantener en el tiempo, el compromiso que hemos hecho en un momento determinado de nuestra vida. Es vivir acorde con los principios aun en las pequeñas decisiones diarias. Es mantener la coherencia cotidiana de la que ha hablado el Papa Francisco, “Esto es un cristiano, no tanto por aquello que dice, sino por aquello que hace; por el modo en que se comporta. Esta coherencia que nos da vida es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir”.
De manera que también es gracia, es fuerza del Espíritu, así que nadie se vanaglorie de sus propias fuerzas para vencer la tentación, aunque la determinación de la voluntad es propia y el Espíritu acude en ayuda de la intención del corazón que ha optado por ser fiel.
La fidelidad no se refiere a frívolos e infantiles apegos a las cosas, como hemos hablado en otro momento, penetra a la profundidad del corazón humano y se arraiga en la voluntad, hace referencia al matrimonio, pero también al juramento hipocrático del médico, a la palabra que avala un contrato o un acuerdo de negocio, a la prevalencia de los valores éticos y morales que pudieran ponerse en juego frente a la tentativa del dinero.
La fidelidad tiene que ver con mis raíces, con mis principios, en donde he crecido y he sido formado, en donde me educaron haciendo frente a la adversidad y testimoniando como fue superada una situación determinada por la fuerza de voluntad y la perseverancia. Porque para que la persona llegue a conocer el momento de despegar, de moverme, de desarrollarse, ha de haber sido probado en la permanencia, en la estabilidad, en el compromiso.
Si bien es cierto que la virtud de la fidelidad aplica a múltiples facetas del hombre y la mujer, no es menos cierto que un lugar privilegiado para ejercer esta virtud es el matrimonio que contiene las propiedades de la “unidad” y la “indisolubilidad”. Ellas son propiedades que se aplican, tanto a la institución natural que Dios instituyó, como al Sacramento porque son características propias de la naturaleza humana.
- La unidad: es la unión de un solo hombre con una sola mujer.
- La indisolubilidad: significa que el vínculo matrimonial dura para toda la vida y nadie lo puede deshacer.
Estas propiedades son necesarias porque – por medio de ellas – se logra conservar y fomentar la fidelidad conyugal, se facilita la ayuda mutua y el perfeccionamiento de ambos cónyuges. Todo esto es muy importante para la educación de los hijos que requiere de la estabilidad familiar.