«Hijos míos, que nadie os engañe; el que practica la justicia es justo, así como Él es justo».
(1 Juan 3:7)
La idea de justicia es intrínseca del hombre, está impresa en el alma y el corazón humano, porque nos refiere a Dios que es justo. Esta idea de justicia nos puede llevar por diferentes caminos y concepciones, pues nosotros pudiéramos entender la justicia como constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde, pensando que la justicia es la recompensa del buen obrar o del comportamiento correcto y en cambio al que no ha obrado de acuerdo a lo establecido pudiera esperarle una recompensa diferente. Es más, a veces pudiéramos entender que el cumplimiento del deber es una especie de antídoto o magia que nos cubre, preservándonos de situaciones no deseadas o mezquinamente buscamos la recompensa de lo que hacemos por el bien de los demás, perdiendo de vista que lo considerado extraordinario, es simplemente nuestra obligación cristiana. Este concepto de justicia definitivamente no es la idea revelada por Dios en su Palabra.
La palabra Justicia proviene del latín “justitia” que significa justo, persona que actúa conforme a la razón y a la equidad. La justicia humana es por definición imperfecta, pues el hombre se equivoca en ocasiones al juzgar, actúa con prejuicios y su visión de lo justo o lo injusto depende del contexto social y de las limitaciones de las propias leyes.
En un tiempo, personalmente entendía la justicia como bien para los buenos y mal para los no tan buenos, un día, a través de la Palabra de Dios, sentí en mi corazón que la justicia según Dios es bien para todos sus hijos, por eso a Dios no le importa lo que has hecho con tu vida ni la hora en la que decidas dejarte encontrar por Él para caer rendido a sus pies a través de una autentica y verdadera conversión. Les comparto dos citas bíblicas que me ayudaron a edificarme sobre la propuesta de justicia que nos hace Dios en su Palabra.
El Evangelio según San Lucas 15, 1-3, 11-32 nos presenta la Parábola del Hijo Prodigo (o del Padre Misericordioso), en ella destacan tres personajes: el padre y sus dos hijos, que se han comportado de forma diferente. Me llama la atención, el hijo mayor, el que siempre estuvo al lado de su padre, había disfrutado todo ese tiempo de su cercanía y de todas sus posesiones, llevaba ventaja sobre la elección que había hecho su hermano al irse de la casa paterna. En cambio cuando el hijo que se había ido regresa, el padre hace fiesta y se alegra… ahora tiene sus dos hijos de nuevo con él, en casa.
En el Evangelio según San Mateo 20, 1-16 vemos la Parábola de los Obreros de la Viña, en la que el dueño de la viña salió a contratar obreros al amanecer, a media mañana y al caer la tarde, pues al parecer había mucho trabajo en su viña. Al finalizar la tarde, le pagó a todos por igual (la vida eterna). Esa es la idea, que todos tengamos igual recompensa por haberle servido a Dios, sin importar en el momento de nuestra vida en el que hayamos aceptado el llamado.
Más que de justicia, Dios nos habla de misericordia, es apremiante ver las necesidades del mundo, de nuestro país, de nuestra ciudad, de nuestra parroquia, de nuestra familia, nunca falta alguien necesitado de la Palabra de Dios y de su presencia en sus vidas. No importa el tiempo, edad o los medios que tengamos, cada uno ha recibido un llamado particular y unos dones especiales dentro de una vocación concreta. Si no sabes, pregunta a Dios: ¿Cuál es tu misión? ¿Dónde quiere que le sirvas? ¿Dónde puedes dar testimonio de cristiano? Dejemos a un lado nuestras limitaciones humanas que nos llevan al descontento y a las comparaciones, aceptemos la invitación para servir en la viña y recibir como pago la Vida Eterna para todos.
Gracias, Martha! Me encomiendo totalmente…a su Misericordia…! Y que yo sea también misericordioso…
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