Fui educada con altos estándares de responsabilidad por lo que me acostumbré a esforzarme para que todas mis asignaciones resultaran bien. Así aprendí a pensar que las situaciones se daban porque yo hacía que sucedieran.
Cuando tuve mi encuentro personal con el Señor Jesús, recibí el Don de la Paz y fui aprendiendo que Él era realmente el Señor del Universo y que todo lo que sucedía en mi vida era porque Él lo permitía y no porque yo tuviera el control. A partir de ese encuentro, aprendí a abandonarme en sus manos y así vivir en la auténtica “Paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4-7).
Miro mi historia y encuentro a Dios en cada acontecimiento de mi vida:
Mi familia
Mi infancia
Mi adolescencia y los grupos juveniles en la parroquia
Mi padre y su muerte repentina
Mi vida adulta y de matrimonio
Mi maternidad
Mi desarrollo profesional
Mi compromiso apostólico
He vivido momentos de mucha soledad, pero Dios siempre ha estado presente. Situaciones de extremo desamor, pero sabía y sé, que Dios me ama más que nadie y siempre.
Épocas de no saber cuál sería el final, pero segura de que Dios tiene un propósito para mi vida. Tiempos de inseguridad económica, pero Dios nunca ha dejado de suplir nuestras necesidades. Tiempos de silencio de Dios, que son muy dolorosos, pero segura de que aunque no lo pudiera sentir, Él está obrando. Días de dicha y gratitud por todos los favores recibidos y por los regalos que han llegado a llenar de satisfacción mi existencia.
En todo tiempo he tenido herramientas que me han ayudado: la Oración, para mantener la relación con Dios, hablarle de mis necesidades y escuchar su respuesta a mi clamor, en la mayoría de las veces; la Palabra de Dios que me ayuda a descubrir su voluntad y la Eucaristía, alimento que me da fuerzas para el camino.
Un día recibí esta promesa del Señor, “Te daré lo suficiente cada día” y desde entonces, al final de cada día, digo como Samuel, “Hasta aquí me ha ayudado el Señor” (1 Samuel 7:12). En mi experiencia, lo mejor ha sido abandonarme en sus manos amorosas y esperar, pues su misericordia y generosidad han de sobrepasar siempre, nuestras expectativas.
Muchas veces consideramos que la respuesta de Dios debe ser mágica e inmediata y en ocasiones podemos llegar a pensar que el respaldo de Dios a nuestra vida y a la situación en concreto que estamos viviendo, se debe dar por los méritos propios y podemos llegar a pensar: “Yo que te he servido siempre, me merezco que escuches y atiendas mi necesidad hoy, que vea realizada mi petición tal y como te lo pido”.
La fe no pone condiciones ni es intercambio, no funciona así. Dios contesta nuestra oración y atiende nuestra necesidad, cuando Él quiere, como Él quiere y lo que Él quiere, porque Él siempre sabe qué es lo más conveniente para nuestro crecimiento y nuestra salvación, porque Dios no se ocupa solo, de una parte de nuestra vida inmediata, El ve el conjunto de lo que somos y a donde Él nos quiere llevar, nuestro propósito.
Suelta, entrega, deja en las manos de Dios tus proyectos y espera, que en su tiempo y a su modo, El suplirá en tu vida de la forma más inesperada.
¡Déjate sorprender por Dios!