Las relaciones de poder se van suscitando en nuestras vidas y muchas veces toma tiempo darse cuenta de esas relaciones y su impacto en la propia persona y en los demás, pero lo cierto es que en cualquier escenario en el que se desenvuelva el diario quehacer, siempre existe la vinculación a relaciones de poder.
Max Weber, uno de los principales pensadores del siglo XX, define el poder como la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad, en otras palabras, es la probabilidad de tomar decisiones que afecten la vida de otro(s) pese a la resistencia de éstos.
El poder no es algo que una persona pueda adjudicarse, pues para su ejercicio depende de la participación de otras personas, por lo tanto el poder es recibido, es delegado, es instituido, salvo que sea impuesto a la fuerza o por violencia convirtiéndose así en una dictadura. El poder se recibe de acuerdo con las fuentes de poder de donde emana la autoridad, ya sea formal o moral.
Existe una autoridad formal en la que un subordinado entiende como una obligación la aceptación del poder ejercido por la persona influyente, ya sea por la posición jerárquica que ocupe en determinado momento o por la capacidad para recompensar a otros por cumplir órdenes o alcanzar una meta propuesta y en el caso contrario, esa persona influyente puede sancionar a otra, por el incumplimiento de dichas órdenes o metas.
La autoridad moral en cambio fluye de la admiración o la identificación con la persona influyente por sus características personales, por su experiencia o conocimiento especial y en este contexto, una persona puede influir en la otra porque esta última lo permite, porque el influido desea tener esa relación en su vida.
En mi clase de Desarrollo Organizacional solía compartir con mis alumnos la película Invictus dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, basada en hechos reales durante la presidencia de Nelson Mandela en Sudáfrica, líder que adquirió su autoridad moral al liderar un movimiento por la reconciliación nacional, tras su encarcelamiento que duró 27 años. Mandela se elevó por encima de las diferencias, fue más grande que todos los factores que dividían su pueblo y apeló a los elementos que los unían.
Si queremos ejercer el poder desde la autoridad moral es necesario poner de lado los ridículos personalismos y dejar de ampararnos en la fuerza que da un cargo de poder. Es preciso generar compromiso, liberar talento y compartirlo en equipo, unir las fuerzas para lograr los objetivos comunes de manera creativa e inspiradora. La autoridad moral se basa en el servicio a los demás para el desarrollo humano de forma ética y en ese servicio, no en el mando, se muestra la verdadera grandeza del líder, quien guía con sencillez y humildad a sus seguidores.
Me encanto, sin desperdicios! Gracias por compartirlo 😊
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«La autoridad moral, se basa en el servicio a los demás». Palabras tan llenas de verdad.
Todo el mundo debería leer este artículo.
Gracias, por palabras con tanto impacto, sencillez y humildad.
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