Realmente es paradójico pensar que al vivir experiencias de sufrimiento se va conformando el hombre interior, dependiendo de la forma en que se asuma ese sufrimiento. La verdadera y auténtica consecuencia del sufrimiento es un proceso de maduración personal que ayuda a alcanzar la libertad interior.
¿Qué ocasiona el sufrimiento humano? ¿Acaso, no quiere Dios la felicidad del hombre? ¿Cómo es posible que, si todos los elementos de la creación están ordenados para que el hombre sea feliz, entonces existe el sufrimiento? Valen todos estos cuestionamientos… pero lo cierto es que la debilidad y la fragilidad humana son elementos presentes en nuestra vida y, ellos contribuyen a modificar, hasta quebrar nuestros ideales y proyectos.
El ser humano tiende a protegerse de las situaciones de sufrimiento y a pesar de ello, “le toca” experimentar enfermedades, pérdidas, rompimientos, desengaños a través de las cuales se conoce y se vive el sufrimiento. La tendencia natural es de negación, de aislamiento y si el sufrimiento lo experimentan personas cercanas, la primera intención es apartarse, mantenerse alejado de esa situación o persona.
Me ha “tocado” vivir situaciones de mucho sufrimiento, en las que contadas personas han estado a mi lado, lo que me ha llevado a reflexionar sobre la incapacidad que tenemos los seres humanos para afrontar situaciones de dolor y sufrimiento propias o ajenas; ese sentido de impotencia ante circunstancias que están por encima de nuestros recursos para actuar y resolver situaciones y/o problemas, nos supera y nos aparta de quien sufre. Esa reflexión me ha movido a dar gracias a Dios por las personas que pudieron acompañarme, por las que pudieron solo escucharme, por quienes estuvieron dispuestos a recomendarme algunas acciones, por quienes decidieron respetar mi sufrimiento y apartarse y hasta por quienes se atrevieron a emitir sus opiniones sin tener el conocimiento total de la situación.
Para poder asomarnos al sufrimiento de los demás y aceptar su fragilidad es preciso haber aceptado las propias limitaciones y hacer de nuestras experiencias una fuente de curación para los demás. El profeta Isaías nos presenta al Siervo de Yahvé que salvará a la humanidad a través de su sufrimiento: “Pero quiso el Señor quebrantarlo, sometiéndolo a padecimiento. Cuando Él se entregue a sí mismo como ofrenda de expiación, verá a su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor en su mano prosperará” (Isaías 53, 10). La experiencia del Siervo sufriente no se queda en el dolor, se abre a un futuro resplandeciente y prometedor.
En medio del sufrimiento mantener la esperanza es determinante para vivir el proceso de maduración. Esperar contra toda esperanza, seguros de que el amor incondicional de Dios Padre no falla nunca. La Palabra de Dios, también a través del profeta Isaías, nos dice: “Por cuanto el Señor omnipotente me ayuda, no seré humillado. Por eso endurecí mi rostro como el pedernal, y sé que no seré avergonzado” (Isaías 50, 7). La forma concreta de Dios hacerse presente en nuestra vida es a través del ser humano: una persona nos hiere o una situación nos causa dolor y a través de otra persona encontramos acogida, sanación, liberación, pero seguro que defraudados no quedamos.
El Papa Juan Pablo II decía en la Encíclica Fides et Ratio: «¿dónde podrá el hombre buscar la respuesta a las cuestiones dramáticas como el dolor, el sufrimiento de los inocentes y la muerte, sino en la luz que brota del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo?» (n. 12).
Entremos a esta Semana Santa meditando nuestro propio Misterio Pascual desde las experiencias de sufrimiento presentes en nuestras vidas para que podamos salir triunfantes de la mano de Cristo Resucitado.