Llamados a Evangelizar

LA MISION

Jesús llama, instruye y envía a sus apóstoles a realizar la misión, el anuncio de la Buena Noticia.  Que privilegio tan grande, sabernos elegidos por Dios.  El Señor nos ha elegido a nosotros pudiendo haber elegido a muchos otros, quizás mejores.  El llamado de Dios es personal, Jesús llama a sus apóstoles por su nombre (Mt 10, 2-4), Dios nos llama por nuestro nombre, este detalle nos debe llevar a pensar en los nombres que escogemos para nuestros hijos porque cada uno es llamado por Dios por el nombre que le dieron al momento de su nacimiento.  Dios pone su mirada sobre nosotros y nos llama, primero a la salvación, luego a la misión en la que se construye la comunidad, la Iglesia.

Pero no es la misión que a cada uno se le ocurra realizar, nadie se autodesigna una misión, pues para que sea misión debe estar indicada por otra persona, alguien delega en ti esa misión y te envía, de otro modo es deseo de hacer algo, no un encargo; si vas a una misión es delegado por alguien y a cumplir las instrucciones que ese alguien te indica, en el caso concreto del envío de los doce escogidos por Jesús (Mt 10, 1-7), Él le da una misión muy específica: “Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca” y les delega autoridad: “… les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”, de manera que Jesús envía a los doce y nos envía a nosotros, a anunciar el Evangelio y combatir el poder del mal, que limita y quita la vida a las personas.

La misión esencial de la Iglesia es Evangelizar y la Iglesia está llamada a salir de sí hacia las “periferias existenciales”, como diría el Papa Francisco, y vienen dadas por aquellas personas privadas del amor de Dios y de los hombres, son pobres social y espiritualmente.  Meditando en el Evangelio de hoy (Mt 10, 1-7) me preguntaba ¿Cómo podemos llegar a esas “periferias existenciales” en tiempo de pandemia? ¿Nos exime la pandemia de continuar la misión de la Iglesia?

Realmente, hoy más que nunca, se hace necesario el anuncio de Jesucristo y este estado de pandemia y distanciamiento físico nos invita a vivir la fe dentro de nuevos esquemas nunca experimentados.  Es necesario relanzar la Evangelización, pues el conocimiento de la Palabra de Dios, vivir y compartir la experiencia salvadora de Jesús participando en la vida comunitaria, constituyen el terreno fértil para celebrar plenamente la Eucaristía y los Sacramentos.  Desde el lugar en que nos encontremos y con los recursos disponibles, con las nuevas normas de convivencia, animémonos a compartir la alegría de la Buena Noticia de Jesús.

Este es un tiempo de gracias, un kairós, un signo de los tiempos, en donde Dios nos quiere revelar algo, en donde el Espíritu Santo quiere manifestar nuevas formas de convivencia y nuevos métodos para compartir la Palabra, es posible que el Señor nos invite a publicar nuestro testimonio, escrito o en video, a través de las redes sociales (Instagram, Facebook, Twitter, entre otras).  Quizás el Espíritu nos mueva a enviar un texto del Evangelio o una oración a alguien y evangelizar desde esta acción.  O podemos usar las plataformas disponibles (Zoom, Skype, Microsoft Team) para conversaciones y encuentros evangélicos, reuniones de comunidades o encuentros bíblicos.  Es posible que no podamos encontrarnos como antes por el distanciamiento físico, pero puedo expresar mi cariño a través de una oración por amigos y vecinos y dejarles saber que estoy orando por ellos, además ponerme a su disposición en cualquier forma que pueda servirles.  Puedes ofrecerte a colaborar en las labores de higienización de tu parroquia luego de las celebraciones o participar en el trabajo de recolección y distribución del banco de alimentos o algún programa de este tipo que tengan en tu iglesia.

En cualquier tiempo que nos toque vivir podemos estar seguros de que Dios nunca retira su llamada, aunque en ocasiones nos corresponda vivir ese llamado de forma diferente a la que estamos acostumbrados, a veces en primera línea, al frente de nuestra familia o nuestra comunidad; en ocasiones desde un plano más discreto, sentados en el último banco de la iglesia, pero caminando siempre con el Señor adonde Él quiera conducirnos.

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