El Misterio Pascual es el centro de la vida cristiana, de la iglesia y de su misión esencial en el mundo. Nuestra fe cristiana tiene sentido porque Cristo, luego de su pasión y muerte, resucitó y su triunfo definitivo sobre la muerte nos revela un Dios de vivos y no de muertos. Es Misterio no porque sea oculto o sobrenatural, sino porque es una realidad que nos supera y que vamos comprendiendo y asumiendo según nos adentramos en la vida de fe. Es Pascual porque la muerte y resurrección de Jesús están fuertemente ligadas a la tradición judía de la celebración de la Pascua.
La Pascua Judía es una de las festividades más importantes del pueblo hebreo y celebra su liberación de la esclavitud de Egipto, relatada en el libro del Éxodo, en el Antiguo Testamento de la Biblia. Jesús también celebró la Pascua con sus discípulos y para la preparación había dado precisas instrucciones, en la Cena de Pascua instituyó la Eucaristía. La noche del jueves se consideraba ya como el día de viernes, por eso la cena pascual -celebrada la vigilia de aquel viernes- marcaba el comienzo de la Pascua, Jesús nos dejó su Cuerpo y su Sangre… murió el primer día de la Pascua… el Cordero inmolado.
El Misterio Pascual está presente en la vida de la Iglesia a través de los sacramentos y del Anuncio de salvación, puesto que la Iglesia no se predica a sí misma, predicamos a Jesucristo muerto y resucitado. Por eso a través del Bautismo, los cristianos pasamos a formar parte de la Iglesia, entramos en el Misterio Pascual de Cristo, dejando atrás la esclavitud del pecado y pasamos de la muerte a la vida nueva plena de la gracia.
La Eucaristía es mucho más que una simple celebración; es el memorial de la Pascua de Jesús. “Memorial” no significa simplemente un recuerdo, es que cada vez que celebramos este sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Por eso llamamos a esta celebración “Comunión”, pues a través de la acción del Espíritu Santo, cuando participamos en la Celebración Eucarística y tomamos el cuerpo y la sangre del Señor, nos conformamos de modo único y profundo con Cristo. En una época difícil de mi vida, mi acompañante espiritual me indicó comulgar diariamente para que unida íntimamente a Jesús lograra superar la situación que estaba viviendo, y cada vez que comulgaba, le decía al Señor: “solo espero que realmente estés viviendo esto conmigo” y efectivamente, juntos, Jesús y yo, lo superamos.
El matrimonio como sacramento es signo del amor de Dios y el matrimonio cristiano se inserta de modo especial en el misterio pascual de Cristo. La muerte y la resurrección de Cristo son la última palabra del amor. En la muerte se cumple la más radical exigencia y donación del amor y en la resurrección se manifiesta la más excelente acogida gozosa de ese amor, así los esposos para lograr construir una relación basada en el amor, han de morir a sus personalismos, superar su tentación al egoísmo y la división, su idolatría de la sensualidad y de los bienes materiales.
De ahí que el Misterio Pascual se haga realidad en nuestras vidas, es necesario descubrir el lugar central del Misterio Pascual en la vida de Cristo y en nuestra vida personal, pues participando en su vida nueva, morimos y resucitamos con Él, tenemos que trascender con Cristo hasta la resurrección y convertirnos en verdaderos testigos de esa resurrección, diría San Pablo: “Si Cristo no resucitó, vana sería nuestra fe” (1 Cor. 15, 14).
Ese es el gran mensaje de este día de la Resurrección del Señor, “la piedra de la tumba fue movida y la tumba estaba abierta”. A veces nos aferramos a la piedra que cierra la tumba de nuestros corazones y nos cerramos a los demás sin permitir que fluya la alegría de la resurrección y nos llene la paz del Resucitado.
“No tengan miedo” dice el Señor y es así… no tengas miedo de morir a tus personalismos y a tus criterios particulares para resucitar a la única Verdad que es Jesucristo, para hacer realidad la libertad que nos despoja de todo aquello que limita nuestra vida en el amor. Sal de tus limitaciones y anuncia que Jesús ha resucitado y quiere habitar para siempre en las vidas de los hombres y mujeres de hoy. ¡Salgamos a vivir y a comunicar la alegría de la Resurrección!
¡Cristo ha resucitado!
¡Aleluya, Aleluya!
Gracias
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