Hoy llega a mi mente, el recuerdo de la celebración de la Solemnidad de la Santísima Trinidad en mi parroquia que lleva el mismo nombre de la fiesta. Las Misas del día cuentan con elementos que marcan la solemnidad: el mantel sobre el altar, las flores, candelabros, sotanas y ornamentos impecables, ciriales y cruz procesional, incensario, naveta… Procesión de entrada: encabezada por el turiferario llevando el incensario con los carbones encendidos y la naveta con el incienso, seguido por el cruciferario que lleva la cruz procesional, rodeado a ambos lados por los dos acólitos que llevan los ciriales encendidos. Detrás de los acólitos que servirán al altar, le siguen los ministros de dos en dos, y por último, el Celebrante en medio del pasillo.
Sobre el misterio de la Santísima Trinidad, desde pequeños a través de las enseñanzas recibidas en el catecismo, aprendimos que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Un Dios y tres personas distintas. San Patricio comparaba este misterio de la Santísima Trinidad con un trébol, cada hoja del trébol es diferente y sin embargo las tres forman el trébol, no se puede decir que es un trébol si faltase una de ellas. Por mi parte, en la clase de Vida Cristiana presentaba la Trinidad como una familia: el padre da el apellido a la familia, la madre y el hijo llevan también el apellido del padre, así todos firman con el apellido que los identifica, pero son personas diferentes al interior de una sola familia. La Santísima Trinidad es familia, es comunidad.
Esta fiesta de la Santísima Trinidad nos debe mover al amor, el que fue manifestado por el Padre en la creación del mundo, el que nos reveló el Hijo en la salvación y el que ha sido derramado en nuestros corazones a través del Espíritu Santo. “Todo lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu recibirá de mí lo que les vaya comunicando a ustedes” (San Juan 16, 12-15).
No se trata de perdernos en reflexiones aéreas o análisis teológicos profundos sobre la Trinidad, el misterio más que teoría es vida, pues al contemplar a Dios Familia Trinidad: unión, amor, comunicación; recibimos la invitación a participar de la vida transformadora que nos lleva a la entrega al otro, para construir la armonía revelada en la comunión divina de las Tres Personas. Decir que la Trinidad es misterio no significa que sea oscuridad, ni que estemos hablando de un dios nebuloso y confuso. Al hablar de Dios Trinidad nos referimos a la experiencia del Dios Padre cercano que nos ha presentado Jesús, a la alegría y el gozo que experimentamos por la presencia del Espíritu Santo.
Que esta Fiesta de la Santísima Trinidad nos lleve a reflexionar y preguntarnos: ¿En mi vida, se manifiesta el misterio de la Trinidad como amor y vida? ¿Cómo puedo reflejar en mi vida esa dimensión comunitaria de la Familia Divina?
En “De Trinitate”, San Agustín, Obispo de Hipona consciente de la ambivalencia de su fuerza intelectual al tratar de descifrar el misterio de la Trinidad, eleva la siguiente plegaria: “Dame la fuerza de buscarte, tú que te dejas encontrar y que me has dado la esperanza de poder encontrarte cada vez más. Ante ti está mi fuerza y mi debilidad; conserva aquélla, sana ésta. Ante ti está mi saber y mi ignorancia. Allí donde tú me has abierto, acoge a quien entra; allí donde has cerrado, abre a quien llama. Haz que me acuerde siempre de ti, te comprenda, te ame. Haz crecer todo esto en mí hasta que me transformes totalmente”.