Tener la seguridad de que puedes contar con alguien en toda circunstancia, situación y tiempo es increíble y esa es la experiencia que tengo en mi corazón: Dios siempre es fiel y cumple cada una de sus promesas, pero a su tiempo, que es el ¡¡mejor!!
Muchas veces nos asalta la duda y es posible que lleguemos a pensar… ¿será cierto? ¿me habría imaginado yo esta promesa o será cierto que he recibido una palabra de parte de Dios? ¿cuándo será real esto que espero?
Y la experiencia me ha dicho que todas las promesas de Dios se cumplen. A veces no se cumplen en nuestro tiempo, a veces no llega de la forma que la hemos concebido, a veces antes de cumplir lo prometido, tenemos que pasar por algún proceso de transformación necesario, pero Dios es fiel y su Palabra es verdadera, Él nunca falla. Es posible incluso, que no te des cuenta en qué momento se cumplió lo prometido y solo al mirar hacia atrás, ves que sí sucedió, que se hizo realidad, aquello que habías esperado.
Por muchos años anhelé ser madre y no ocurría, en medio de mi lamento, un día, el Señor me consoló con su Palabra en Lucas 1, 5-25, puntualmente con la frase final “Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente”, que penetró en mi corazón acompañada de la promesa de que concebiría una hija. Mi oprobio consistía en sentirme en muchas ocasiones, literalmente asediada por la pregunta frecuente sobre los hijos que aún no llegaban.
Al tiempo quedé embarazada y tuve mi primera bendición, pero fue un varón y yo continuaba esperando el cumplimiento de mi promesa… “concebiría una hija”, luego de varios embarazos fallidos, el Señor hizo realidad lo que me había revelado igual que a Zacarías, en el santuario de mi corazón, Dios me había hablado y en su tiempo recibí el cumplimiento de su promesa.
En Zacarías se pone en evidencia nuestra naturaleza, manifestada en el miedo a lo inesperado que en ocasiones nos paraliza, no nos permite avanzar en la confianza y nos deja mudos, sin palabras para expresar nuestro asombro ante los designios de un Dios tan grande y poderoso que supera todas las barreras humanas, nuestra incredulidad, nuestras limitaciones, nuestras falsas justificaciones, para llenar nuestras vidas de felicidad.
Hoy puedo decir como el salmista, “mi boca no dejará de alabarte”, porque has sido mi refugio, mi auxilio, me has salvado, he confiado en Ti y has sido mi esperanza. Por siempre seguiré alabándote con orgullo y contando al mundo tus hazañas y tu fidelidad.